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06/06/2016
Por Alieto Guadagni
Publicado originalmente en La Nación, el 25/05/2016
Este verano sufrimos la más grave propagación del dengue, con aumento de las zonas y personas afectadas. Esta propagación no nos debería sorprender; ya en 2006 se había difundido mundialmente el Informe Stern del Reino Unido sobre cambio climático, que alertaba sobre el aumento de la temperatura causado por las emisiones contaminantes. «La propagación del dengue probablemente se multiplique entre dos y cinco veces hacia 2050 en muchas áreas de América del Sur y es probable que aparezcan nuevas áreas de propagación en las áreas meridionales del continente», anticipaba el informe. Ese pronóstico se está cumpliendo, al igual que otros pronósticos negativos relacionados con la utilización de combustibles fósiles, la deforestación y algunas prácticas agropecuarias. La lista entonces incluía derretimiento de los glaciares en China y en los Andes; aumentos en el nivel del mar con inundaciones en el Sudeste Asiático, el Caribe y el Pacífico; alteraciones en muchos ecosistemas de Asia, África y América.
Con posterioridad al Informe Stern, las Naciones Unidas y numerosas instituciones y científicos comenzaron a alertar acerca de los daños provocados por el calentamiento global. Entre 2007 y 2015 se fue informando sobre distintos fenómenos que afectaban y afectarían al planeta, entre ellos: aumento de ciclones tropicales, tifones y huracanes; olas de calor y precipitaciones más frecuentes; derretimiento de hielos en la Antártida y en Groenlandia con la consiguiente elevación del nivel del mar que pondría en peligro a ciudades costeras e islas del Caribe y el Pacífico; degradación de ecosistemas como los arrecifes de coral; fuertes tormentas y escasez de agua en zonas áridas y semiáridas que afectarán a 1000 millones de personas; deshielo del Ártico y alteración de la corriente del Golfo que es la que lleva el calor a Europa; modificación del clima en los Alpes y cambios en el sistema hídrico de los ríos Danubio, Rhin, Ródano y Po.
La lista no termina, hay 42 islas en riesgo de desaparecer en el Pacífico y en el Atlántico (Bahamas, Barbados, Fiji, Salomón y otras), los océanos ya comenzaron a ser afectados por el aumento de la temperatura que causa el derretimiento en Antártida y Groenlandia, los glaciares alpinos ya se han reducido a la tercera parte y sigue su declinación. En los Andes tenemos recesión en los glaciares y menos caudales hídricos, pero en la Cuenca del Plata, más agua y más inundaciones.
Todas estas alteraciones requieren acciones firmes para reducir las emisiones. Los gases invernadero registran los niveles más altos de los últimos 800.000 años, y si continúan las emisiones seguirán aumentando la temperatura y los cambios climáticos.
La UK Royal Society y la US National Academy of Sciences han expresado que «el aumento previsto en la temperatura tendrá un serio impacto sobre la humanidad y la naturaleza».
El Presidente Obama, en su discurso de 2015 ante el Congreso, dijo que «el cambio climático es la mayor amenaza para las generaciones futuras». El papa Francisco, en su encíclica Laudato Si’ sobre el cuidado de la «casa común», nos convocó a preservar la Tierra y evitar su degradación ambiental.
Las propuestas presentadas por las 195 naciones participantes en la Reunión de París a fines de 2015 significan un aumento previsto de la temperatura de casi 3 grados centígrados, es decir, el doble de la deseable meta de 1,5 grados. Si todos hubiesen presentado una propuesta como la argentina, la temperatura global podría llegar a los 4 grados.
El año 2015 registró temperaturas máximas sin precedente, olas de intenso calor, precipitaciones abundantes, graves sequías y muchos ciclones tropicales.
Las luces de alerta se han venido encendiendo: la población de pingüinos que llega todos los años a Punta Tombo (Chubut) se redujo un 30% en los últimos 20 años; en 2100 podría quedar bajo el agua el 19% de nuestra área metropolitana; el lago Poopo, segundo más grande de Bolivia, se ha convertido en un desierto, es hoy una «fotografía del futuro del cambio climático». Gracias a la evaporación del agua del lago Colhue Huapi, en Chubut, se encontró un avión perdido hace más de 50 años. Los dos primeros meses de 2016 presentan la mayor temperatura de la tierra y el mar desde que se llevan registros, según informó la Organización Meteorológica Mundial, que además advierte que «las temperaturas sorprendemente elevadas que se han registrado hasta ahora en 2016 están causando conmoción en la comunidad científica, ya que entramos en territorio desconocido a una velocidad aterradora».
Es más que evidente que no hay tiempo que perder, es hora de encarar ya este grave problema global con un acuerdo global y una efectiva autoridad climática mundial, capaz de impulsar una nueva política ambiental basada en energías limpias, defensa del bosque y prácticas agrícolas que permitan crecer económicamente para abatir la pobreza pero reduciendo las emisiones contaminantes. En nuestro país debemos reducir estas emisiones, no basta decir que representan menos del 1% mundial, ya que nuestras emisiones superan las de más de 100 naciones. La tarea no será fácil. Por esta razón es hora de que nuestro gobierno convoque a las fuerzas políticas y la sociedad civil para definir una nueva propuesta ante Naciones Unidas que contribuya a cuidar nuestra «casa común» que hemos recibido en préstamo de las generaciones futuras.
Miembro de la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente